Esto nos conduce a analizar el mensaje: según la teoría de
la comunicación– éste es una unidad de conocimiento o de información que se
materializa gracias a un conjunto de signos comunes
a ambos comunicantes, perceptibles y memorizables por el receptor y que se
articulan entre sí para transmitir significados más complejos.
Si adaptamos este concepto al tema de la identidad visual entonces hablamos de
los rasgos físicos exclusivos organizados entre sí de manera sistemática para
comunicar significados compuestos (complejos) y que al operar en conjunto
transmiten una imagen global del emisor, que se complementa en cierta medida
con la percepción del receptor.
Ya se puede sospechar por dónde va este texto: a medida en
que se fortalezcan (y se exploten) los rasgos que identifican a la entidad y
que resulten comunes en uno y otro, emisor y receptor, el mensaje que se
transmita contendrá más elementos que propicien la identificación por parte del
receptor y que optimizarán la imagen de identidad que pretende comunicar el
emisor. Como la identidad que percibe el receptor lo induce a suponer que lo que identifica “es
idéntico a sí mismo” (unicidad) entonces tenderá a asumir que se encuentra
frente a una verdad: para el público receptor, la imagen que se hace de una
empresa es su “verdadera” identidad. Los rasgos que evidencian la identidad de
una entidad deben provocar que el receptor recuerde a esa entidad, que la
observe (que la piense) incluso cuando no esté presente de manera física. El estímulo
visual, por ende, debe ser sumamente significativo para que sea aprehendido y
enunciado por el receptor, es decir, debe implantarse en su memoria por medio
de la empatía, que conducirá a la identificación. Las imágenes de identidad que
caen en los estereotipos (tópicos) no producen tantos estímulos como lo hacen
aquellas que ofrecen una gama más amplia de significados: las que nos
cuestionan y nos arrebatan, las que nos abren una panorama de conceptos más
complejo, pero al mismo tiempo fáciles de comprender. Una identidad basada en
su mayor parte en un cliché resulta, a la postre, insulsa y vacía: no existe
ahí el concepto de unicidad: Un
receptor que se enfrenta a una imagen de identidad que ya ha visto antes, o que
se parece a otra en su esencia termina por almacenarla en un gran cajón
donde caben todas las identidades similares. (CONTINUARÁ...)
0 comentarios:
Publicar un comentario